Llegué a San Lucás, cuando mi nieto Norberto aún no había llegado, estaba
platicando con Andrés acerca de la limpieza, y en eso llegó el mayor con la
camisa manchada de tierra.
-Ya viste abuelo- me dijo Andrés; -Tú y yo platicando de la limpieza y mi
hermano viene de su escuela con toda la camisa manchada de tierra-
Yo le dije a Nor: -Quítate, esa ropa, date un baño y vienes a la hora del
amigo-
Y mientras Norbert se fue a bañar, Andrés y yo seguimos platicando.
-Como te dije Andrés, el valor de la PULCRITUD es la práctica habitual de
la limpieza, de la higiene y el orden en nuestra persona, en nuestro espacio y
en nuestras cosas.
Todos los días, dejamos ver a los demás parte de nuestra personalidad y
costumbres a través de nuestro arreglo personal, en el esmero para trabajar y
para estudiar, el cuidado al utilizar las cosas y en general, por la limpieza
que procuramos mantener en nuestra vida.
En algún momento de nuestra vida nos preocupamos por dejar una buena impresión
en las personas: elegimos con cuidado nuestro atuendo, peinamos nuestro cabello
con detalle, inclusive, ya sabemos que estamos limpios, pero agregamos un poco
de loción para causar buena impresión.
Pero tampoco hay que abusar en nuestra presentación personal, ya que si
lo hacemos, esto denotará poca seriedad y carácter. Recuerda que esto no es
cuestión de edad, sino de madurez porque estar limpio y traer la ropa de la
mejor manera posible debe ser una costumbre de siempre-
En eso llegó mi nieto mayor y tanto Andrés como yo aplaudimos lo bien que
se veía.
Eso es lo que me enseñó mi abuelo cuando me hablaba de la PULCRITUD.
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